La aldovranda en el mercado by Ema Wolf

La aldovranda en el mercado by Ema Wolf

autor:Ema Wolf [Wolf, Ema]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789877386936
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Argentina
publicado: 2019-12-19T00:00:00+00:00


El siniestro chino amarillo patito sintió que se le sublevaba la sangre cuando leyó el cartel que pusieron en la puerta: “CASA RITA” - YUYOS CURATIVOS. Le pareció un insulto que delante de sus propias narices alguien se dedicara a vender salud.

La dueña era una viejita viuda que usaba zapatillas de felpa y un rodete santo en la cabeza. Sonreía todo el tiempo, llena de paciencia y contentez. El negocio empezó a andar bien.

La gente demoraba el paso en la vereda del local para aspirar los deliciosos olores mezclados de la manzanilla, el tilo, la carqueja, la damiana. Poco a poco fue creciendo una clientela agradecida que volvía a la tienda en busca de hierbas para curar el dolor de estómago, las congestiones, el desgano, el asma, la caída del pelo y la sarna.

Así como el negocio del chino tiraba malas ondas y lo rondaban vahos malignos y pestilencias enfermizas, el de Rita respiraba bienestar. Mientras uno estaba techado por una nube tóxica que todos atribuían a las emanaciones de los pañales, el otro destapaba los bronquios con solo pasar por la puerta.

Cuando el siniestro chino amarillo patito entendió cómo venía la mano, explotó de rabia. Renegó como reniegan los verdugos ante los inocentes y los enterradores ante los sanos. Él, que se había dedicado con alma y vida a las causas dañinas, no podía soportar que la anciana trabajara de ángel.

Ella, en cambio, lo saludaba con amabilidad todas las mañanas mientras barría la vereda, siempre deseosa de entrar en conversación, hacerle favores y resolverle estupideces.

Era pues la lucha del Mal contra el Bien. Y ya se sabe: mientras el Mal se desgañita odiando, el Bien en Babia, como siempre.

Una tarde el siniestro chino amarillo patito vio salir del negocio de doña Rita a una de sus víctimas. Según sus cálculos hacía una semana que debía estar enterrado el hombre, pero se lo veía bien, con buen aspecto, sin pizca de rigor mortis. Apretaba un paquetito debajo del brazo, seguramente con yuyos.

El chino se alarmó. Eso sí que no se lo esperaba. Que la anciana hubiera sanado a uno de sus envenenados era un problema muy grave. Se declaró en estado de alerta.

A la semana siguiente supo que otra de sus víctimas había zafado gracias a los yuyos de doña Rita. Y esa vez había usado uno de sus venenos infalibles: un disco compacto con una selección de zambas. Casi al principio de “Luna tucumana”, la primera vez que el cantor decía “...mana”, se disolvía una microcápsula de gas ponzoñoso que convertía los sesos del oyente en una pasa de uva; moría pronto. Por lo visto, algún superyuyo había podido más que su superveneno.

¡Una verdadera catástrofe! A poco que la vieja se dedicara a mejorar lo que él empeoraba, todo su prestigio se iría al traste. ¿Qué iba a decirles a sus clientes mafiosos si los antídotos para sus venenos se encontraban entre el pasto? Se encerró en la trastienda a rumiar un plan.

Y lo rumió.

Al día siguiente el siniestro chino amarillo patito se disfrazó de chino solamente y se presentó en el local de doña Rita.



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